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Protéjelos porque están en el mundo, aunque no pertenecen al mundo.
Cuando los tienten y les seduzcan los placeres terrenos, acógelos en tu Corazón.
Confórtalos en las horas de soledad y de tristeza, cuando toda su vida de sacrificio por las almas les parezca inútil.
Cuídalos y acuérdate, Señor, de que no tienen más que a Ti y de que, sin embargo, sus corazones son humanos y frágiles.
Guárdalos tan puros como la Hostia que diariamente acarician y dígnate, Señor, bendecir todos sus pensamientos, palabras y acciones.
Virgen Inmaculada, Reina y Madre de los sacrdotes, acógelos en tu corazón.
Amén.
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